11 ago 2015

Finde 018: Minas de Riotinto - Aroche - Aracena

La crónica del fin de semana que vamos a contar nos fuimos de visita turística por dos de los atractivos turísticos claves de la provincia de Huelva, las Minas de Riotinto y la Gruta de las Maravillas. 

Para llegar desde Sevilla nos dirigimos en dirección Mérida por la Autovía de la Plata y cogimos la salida 782 hacia El Garrobo, y desde ahí en dirección Castillo de las Guardas, Nerva, y finalmente Minas de RioTinto.

Para no perder tiempo al llegar, compramos en la web del Parque Minero de Riotinto por 17€/persona el pack turístico que incluía la visita al Museo Minero, la Mina Peña de Hierro, el Ferrocarril Minero y la Casa 21.


Al llegar a las minas cometí el fallo de no leer bien el papel de reserva, y nos presentamos en donde se cogía el tren minero. Según la reserva, había que ir al pueblo primero, al centro de visitantes, ver el museo y desde ahí ya se sale con los guías. De todas formas la espera hasta que nos cogieron el teléfono y nos dijeron que nos habíamos equivocado nos dejó una foto de un solitario paisaje, bastante árido, a punto de recibir un poco de agua de lluvia.
Llegamos al Museo Minero y tras un rato de espera conseguimos nuestros tickets. Allí pudimos conocer la historia de la minería de la zona, de sus gentes, ver cuáles son los materiales más frecuentes, antiguas locomotoras, y lo que más me gustó, una reproducción bastante conseguida de una mina romana.

Llegó la hora y salimos en una caravana de coches hacia la mina conocida como Peña del Hierro. Esta mina, que tuvo actividad desde época romana, tuvo su mayor productividad desde el siglo XIX hasta los años 70. De ella se obtuvo principalmente azufre y cobre.
El paisaje es impresionante. Al llegar te adentras por un tunel de uno 50 metros de largo y llegas finalmente a la mina a cielo abierto, en la que había bastante agua teñida por el óxido de hierro. Según nos contó el guía, la NASA estaba realizando pruebas por allí cerca con motivo de la exploración de Marte, ya que las condiciones del lugar son bastantes similares en algunos aspectos.

De ahí nos desplazamos al apeadero del Ferrocarril Minero, que nos llevaría a lo largo de un par de horas a través de lo que fueron las antiguas vías de transporte de las extracciones de minerales.
En el viaje pudimos ver paisajes impresionantes que desprendían tristeza y abandono. Con orillas bañadas por el agua color tinto. A veces costaba creer lo que se estaba viendo desde el tren. Es un lugar único.

Pasamos por talleres abandonados, con vías con vagones y máquinas de hace décadas degradándose poco a poco.


Me gustó la historia que contó el guía sobre un puente que vimos que se dirigía hacia una taberna (actualmente en ruinas) en la que servían una bebida conocida como "Manguara", que es un aguardiente de 55º a la que los ingleses llamaban "man water", y de ahí que los trabajadores locales la bautizaran como "Manguara", la bebida de los hombres. 

También pudimos ver una tirolina que atravesaba un riachuelo rojo, que nos explicaron que se utilizaba para llevar de una orilla a otra sacos de harina para montarlos en los trenes cuando venían de vuelta vacíos tras soltar el mineral.

Como dato interesante, por lo visto los vagones cargaban hasta 35 toneladas de minerales y una locomotora podía arrastrar hasta 50 vagones. Es decir... 1750 toneladas de minerales por viaje. Como se puede entender, la aparición de la locomotora supuso una subida considerable del rendimiento de la mina.

Al llegar al final del trayecto nos dejaron bajar al pie del riachuelo, indicándonos antes que no tocásemos el agua y que tuviésemos cuidado de acercarnos mucho. El sitio como se puede ver era ideal para hacer fotografías. De película.
Emprendimos la vuelta con la única espinita de la gente, que estaba en plan "tonto el último", nada de respetar turnos de paso ni historias. Todos corriendo para colarse, sobre todo los más mayores, como si no hubiera mina para todos.

Salimos con hambrecilla y nos dirigimos hacia el Restaurante La Fábrica ya que justo al entrar al recinto donde subíamos al ferrocarril, una chica muy amable nos dio publicidad sobre el mismo. Es sencillo de encontrar y como vimos que tenía buena pinta llamamos para reservar durante el viaje de vuelta del tren, e hicimos bien puesto que, cinco minutos después, todos los viajeros del ferrocarril estábamos allí. Aparcamos en un parking privado que tienen justo al lado y nos sentamos dentro. 

Después de observar brevemente el local, bien decorado y con un ambiente agradable, pasamos a ver la carta. Lo cierto es que los precios eran más altos que la media, pero merece la pena probar si estás por la zona.

En nuestro caso, pedimos un revuelto de gurumelos con jamón ibérico de bellota (14€), pulpo a la brasa (15€) y presa ibérica a la brasa (15€).
Las cantidades eran correctas, y todo, TODO, estaba riquísimo: el pulpo no estaba duro y tenía un sabor a brasas tremendo, la presa en su punto sin llegar a sangrar y el revuelto también en su punto. Perfecto. 
He de decir que los pequeños detalles tales como la fina loncha de panceta sobre la presa y las patatas confitadas hacen que comer en este lugar sea una experiencia. El broche lo pusimos con una mousse de chocolate blanco al Luis Felipe... riquísimo. En total 54,40€. Sin duda mereció la pena.

Cuando terminamos, la cocinera, que era la chica que nos repartió la publicidad en el ferrocarril, salió a preguntarnos que si todo estaba bien. Nos gustó mucho este detalle y les dimos las gracias por todo.

Tras darnos el homenaje con esas cosas tan ricas, fuimos a visitar la "Casa 21", una casa de finales del siglo XIX que albergó a técnicos británicos que por aquel entonces trabajaron en las minas. Por supuesto no estaban picando piedra, eran personas muy acomodadas que vivían con numerosos lujos para aquella época.

La casa se ubica dentro de la urbanización Bella Vista y tiene más de 500 metros cuadrados, incluyendo despacho, cuarto de juego para los niños y jardín delantero y trasero.

Es un lugar que merece la pena visitar en el que nos podemos hacer una idea de cómo vivían esas personas, sus quehaceres, etc.

Como se nos iba a hacer de noche en el camino, decidimos marchar ya hacia Aroche, que es donde teníamos reservada nuestra casita rural en el Complejo Rural Puerto Peñas (40€). Está a 10 km del pueblo, y el camino forestal por el que se accede se hace un poquito pesado ya que no está en muy buen estado, pero yendo despacito no hay problema. 

Aparcamos a la entrada, donde tienen el parking, aunque puedes entrar con el coche hasta la misma puerta de la casa para carga y descarga del equipaje. Dado que era de noche y son unas 25 hectáreas de terreno, la misma recepcionista nos acompañó hasta la que iba a ser nuestra maravillosa casita rural por una noche. 

Al abrir la puerta vimos que era muy acogedora, la calefacción estaba encendida y además disponíamos de una estufa de leña y una carga por noche. Automáticamente la encendimos, lo que hizo que la estancia fuese aún más agradable y calentita. 

Al alojamiento no le faltaba ningún detalle: tenía un minibar que funcionaba a las mil maravillas y en 1 hora nos enfrió el vinito que tomaríamos esa noche; un microondas con una cestita de menaje de cocina, nuestra TV de plasma y una mesita y dos sofás muy cómodos. La cama también muy cómoda, y el edredón ligero y calentito.

En el baño también nos habían dejado un calefactor. El agua de la ducha calentita al instante...en fin, para volver.

A la mañana siguiente nos despertamos con los pajaritos en nuestra ventana, ¡qué diferencia al despertar en Sevilla! Fuimos dando un paseo al restaurante y nos sentamos en la terraza al solecito.

Pedimos un desayuno ibérico, que valía 6€, y constaba de un zumo de naranja natural, un café o infusión y una tostada con aceite, tomate y jamón. La cantidad correcta, aunque creo que se quedaron un pelín cortos de jamón para el precio que tiene.

Antes de irnos, aprovechando la gran mañana que hacía, tomamos una foto de la que fue nuestra casita durante una noche. Un buen lugar para repetir.

Una vez nos despedimos (se nos olvidó dar la llave y la tuvimos que enviar por Correos...), por el camino vimos a los cerditos en la dehesa disfrutando del solecito. Una imagen típica del lugar.

A continuación nos dirigimos hacia Aracena para visitar la Gruta de las Maravillas y el Museo del Jamón, que se vendían por 10,50€ el pack por persona. Fue una pena no poder tomar fotos dentro de la Gruta, merece la pena visitarla ya que es algo único. Una formación natural hecha gracias a la erosión continua del agua sobre la roca caliza. Fue descubierta por un pastor y se abrió al público en 1914. Estuvimos dentro hasta el mediodía y cuando salimos empezamos a buscar un lugar para almorzar.

Viendo los precios que tenían los bares y restaurantes cercanos a la Gruta y lo que ofrecían, nos alejamos un poquito de la zona más céntrica y vimos la Peña Bética de Aracena, dónde sus carteles nos prometían platos de carnes ibéricas desde unos 5 € y eso...no pasa desapercibido. 


Entramos y estaba todo prácticamente lleno. Pedimos una tapa de aliño de pulpo (nos llegó pulpo a la gallega) y otra de chorizo a la brasa (2€ cada una), un revuelto de ajetes y jamón (que llegó sin jamón) (5€) y un plato de pluma ibérica (6´5€).

Los ajetes no estaban muy allá, pero el resto estaba muy rico, todo comida casera de bar de barrio. Lo bueno es que la cerveza venía incluso con hielo de fría que estaba. Todo lo anterior y una Shandy, nos salió por 18€.

Tras el almuerzo nos dirigimos hacia el Museo del Jamón, en el que el guía (apasionado de la temática) nos mostró las características y diferencias de la Denominación de Origen Jamón de Huelva respecto a otras denominaciones y tipos de jamón.

Una visita muy recomendada para conocer los pequeños detalles que esconden las dehesas de la zona, su historia, su importancia actual y el esfuerzo que se hace para que nunca cambie.

A la salida del museo nos dirigimos hacia el Castillo de Aracena. Allí nos ofrecieron gratuitamente unas guías del ayuntamiento una visión actual e histórica de la fortificación que corona la localidad. 

Según nos explicaron, el Castillo estaba hecho polvo tras muchos años de abandono y saqueo para utilizar sus restos como material de acarreo, lo que pasa es que la mayor parte de lo que vemos actualmente es una reconstrucción fiel a cómo fue antiguamente.

Si os gusta la historia os recomendamos la visita. Hacía frío en las zonas menos resguardadas, pero mereció la pena oír su historia.

Además, en el mismo cerro puede verse también la iglesia Prioral de Nuestra Señora del Mayor Dolor (o del Castillo) también conocida como iglesia-castillo de Nuestra Señora de los Dolores, que desde el siglo XV se encuentra en el lugar.


Después del paseo guiado por el Castillo de Aracena, nos fuimos a ponerle el toque dulce a esa tarde, comprándonos dos pastelillos en la Confitería Rufino, la cual es una de las más famosas de la ciudad.

Para despedir la ciudad, nos tomamos los pastelitos en la plaza en la que se encuentra el Casino de Arias Montano, obra de Aníbal González, buenas sensaciones para acabar un finde de lujo! Repetiremos la zona sin duda ;)

0 comentarios:

Publicar un comentario